lunes, 20 de abril de 2009

Postrelato 10

Tenía la conciencia limpia, no la usaba nunca.

Gobernaba a base de sinsentidos, proclamando sandeces de las cuales pocas servirían en verdad. Tenía gran número de esclavos bajo sus pies, todos serviles, no reclamaban; y si lo hacían, recibían su represalia.

¿Y qué era lo malo? ¿Mi sueldo estratosférico, destino de las quejas de esos protestantes encadenados? ¡Que los encierren! ¿Quizás tener a un país enfrentado a tu causa? Eso para la gente con escrúpulos.

Saben bien que estoy yo aquí y que no tienen nada mejor, y aunque encuentren algo superior a mí, no podrán conmigo.

Tenía la conciencia tranquila, sí. Rigo leyes en mi despacho, mi palabra es su deber. El deber de los de abajo, de los que no tienen poder.

Nadie puede contrariarme, nadie puede negarme, bien lo saben, y no hay mal en ello. Que acepten mi poder, como yo acepto su vulnerabilidad.

Río cuando piden mi cabeza, estallo en risas cuando promueven esas manifestaciones absurdas contra mi acción.

Que sigan luchando, sí, e intenten pararme con sus palabras mientras yo puedo seguir mandando guardias a pararlos.

Tenía la conciencia serena, y aún la tengo. Que vengan, les espero.

¿Creen que estoy loco? Mantengo mi puño en alto, y seguro lo que me pertenece. ¿Dicen que estoy loco? Es sólo un efecto secundario de gobernar un país.

(El postre. De lunes a jueves en Radio 3, de 23:00 a 01:00. ¡Gracias, chicos!)