1
–Sí –dijo él, aún algo conmocionado por los sucesos acontecidos –, yo lo vi. Le observé entrar, no le dí importancia. Cuando pasé por delante, me sorprendió ver la puerta cerrada. Conseguí forzarla y, al entrar, estaba allí con la… la… –tartamudeó –. La pistola apuntando a su sien. Y también estaba el cuerpo. Lleno de sangre el suelo, su cuerpo e incluso la pared en la que se apoyaba. Cuando fui a por él, se subió al alféizar de la ventana, con la pistola aún en su cabeza –paró. Tomó aire. La respiración empezaba a entrecortársele –. Sin esperar, ni a despedida ni reclamo, apretó el gatillo y cayó.
2
La chica había recogido las cosas cuando El Asesino entró. Llevaba su cartera habitual, negra y vieja.
–¿Qué haces aquí? Sabes que ya nadie puede estar aquí –le recriminó.
–Perdona, estoy recogiendo unas cosas que había olvidado –se justificó ella. Aunque sabía que lo que hacía allí era esperar a su novio.
–Date prisa.
Ella hizo como si ordenara su pupitre, esperando a que él se fuera. Desordenó y ordenó sus diccionarios, sacó libros de la mochila y los volvió a introducir en ella, pero El Asesino lo advirtió.
–Ese libro lo has metido ya dos veces. ¿Te crees que soy tonto, niña?
El Asesino se acercó a ella, casi trotando, la agarró de un brazo y la empujó contra la pared. Le dio una bofetada que la desplazó hasta el pupitre más cercano, e hizo arrastrar también la silla correspondiente, haciendo que ésta chirriara contra el suelo.
–Tu noviecito me ha jodido, me ha jodido, sí. Y tú vas a pagarlo, sí, claro que vas a pagarlo.
Ella sabía de qué hablaba, sabía que se molestaría, pero no que haría esto. Así se llevaría otra denuncia. Intentó levantarse y correr hacia la puerta, pero El Asesino la golpeó y sus zapatillas resbalaron en los azulejos del suelo.
–¡Déjame en paz! –clamó entre sollozos ella.
–¡CÁLLATE! –bramó El Asesino. Aquel grito silenció, por completo y para siempre, a la chica.
El Asesino desenfundó una pistola de donde ella no pudo ver y disparó a bocajarro a la chica. Sólo fue uno, pero efectivo. A la cabeza, desde muy poca distancia. La sangre de la chica se esparció por todo el suelo y por toda la pared. Y no volvería a levantarse.
3
Pasó por delante del chico, pero él no le vio hasta que ya estaba lo suficientemente lejos como para saber que llegaría tarde. Él estaba en el patio, y cuando lo vio, El Asesino estaba ya cerca de las ventanas del segundo piso. Sabía lo que haría. Él quería venganza y la tomaría, pero el chico no sabía cuando. Aún así, no podía quedarse allí.
Corrió lo más rápido que pudo, por las primeras escaleras que encontró, que desgraciadamente eran las que se hallaban más lejos de la clase donde ella le estaba esperando. Cuando llegó al primer piso, se planteó ir por otra escalera, pero decidió que aquella idea sólo le haría perder el tiempo.
En el segundo piso, todo estaba vacío. Paró para escuchar. Se ajustó los guantes de cuero que llevaba; aguzó el oído y no le costó oír los gritos de los dos, unos de poder y otros de horror, en la clase donde habían quedado. Corrió, corrió, corrió,…
El Asesino querría tomarse la venganza por la denuncia que el chico le había puesto, pues fue descubierto abusando de algunos alumnos. A pesar de ello, aún la demanda no había tomado forma en el juzgado, aún se estaba procesando, pero él quería venganza, claro. Corrió, corrió, corrió…
…y el sonido del disparo le frenó.
Unos instantes, momentáneamente, pero le frenó. Continuó después, pero estuvo quieto, paralizado por el miedo, sin saber quién habría disparado y quien recibido la bala. Siguió corriendo, y quiso llegar a la clase donde oyó el disparo, pero algo le hizo aminorar la velocidad cuando llegó a la hilera de ventanas que precedía a la puerta de la clase. Se agachó para que nadie le viera la cabeza desde dentro y cuando llegó, comprobó silenciosamente que la puerta estaba cerrada. Puso el oído en la puerta, y no oyó nada. Contó hasta tres (uno, dos, tres) y tiró la puerta abajo. Y allí estaba él. Y el miedo le heló la sangre y la tristeza, el alma. Porque allí estaba ella, tirada en el suelo, apoyada en la pared, como esperándole en silencio, cubierta de sangre.
-¡Cabrón! –gritó entre lágrimas. Y el otro rió -. ¡Te mataré! –y siguió riendo.
El chico se tiró hacia El Asesino. Forcejearon durante unos momentos, hasta que el que portaba la pistola golpeó al otro con ella. Ahora al chico le sangraba levemente la mejilla.
-¿Pensabas que pasaría esto, niñato? –rió -. Yo sí.
Y siguió riendo. Entonces, mientras el chico se levantaba, disparó…
…disparó a la ventana, que se rompió en mil pedazos. El Asesino se acercó al chico, lo agarró y lo arrojó a la ventana.
-Sube –le ordenó -. ¡Sube! –le golpeó en la nuca. El chico, obedeció.
-La… la quitaré. Yo… lo siento…
Y El Asesino rió. Y siguió riendo. Sin pedir explicación, disparó. El chico emitió un grito ahogado y cayó al suelo. El Asesino tiró el arma, que cayó cerca del cuerpo. Se quitó los guantes, y se los guardó en los pantalones, para quemarlos más tarde. Todo había sido fácil. Ahora bajaría y llamaría a la policía.