Los encargados daban de comer ahora a los gatos. En el patio, una apestosa mezcla de pescado algo pasado, que habían tirado los humanos, era devorada por una manada de felinos. En la puerta, discretos, dos de ellos, a modo de guardianes en aquel entramado plan.
Entonces, los animales rodearon a los encargados que se vieron reducidos y obligados a caer como fichas de dominó en la asquerosa comida que, desganados, habían servido a los gatos. La muchedumbre animal, lo que menos cuantiosa, empezó a reducirse cuando algunos de ellos, se fueron de aquel patio, quedando reducida a muy pocos de ellos, velando a los humanos, que seguían demasiado atemorizados como para reaccionar. Sólo uno de ellos…
Una parte de los gatos que habían salido del patio comenzaban a abrir las celdas de sus colegas enjaulados. Perros, conejos, aves pequeñas, roedores,… toda una selva que ahora se liberaba y apresaba a los humanos, tras años de encarcelamiento en aquella perrera (la tienda tenía el nombre de Perrera Yoni&Bros., pero ciertamente allí lo que menos había eran canes).
Los restantes, iban entrando en las oficinas, sino hábilmente por las puertas, por las ventanas que el calor animaba a dejar abiertas. Iban bien organizados, tres por cada sala, y si había algún humano allí, lo reducían con admirable facilidad.
En la sala de las jaulas, habían aparecido rápidamente los gordos jefes de seguridad, que emplearon una fuerte violencia con los animales. Apenas dio a dos de ellos, pues éstos rápidamente les pagaron con la misma moneda, y quedaron tumbados en el suelo en un charco de sangre.
La recepcionista intentó marcar el número de la policía y avisar de tal hecho, a la vez tan increíble y real, pero, por supuesto, una estudiante que se sacaba un dinero trabajando de mala gana en verano allí mientras intentaba pagar su piso en la Quinta Avenida, fue pasto de los animales, y cayó al suelo derrotada, no muerta. Los animales no pensaban utilizar la violencia, salvo que se vieran obligados, como había ocurrido con los de seguridad.
En el patio, imprevisiblemente, un fornido muchacho había conseguido escapar, dejando tras de sí algún cadáver de animal y otros más heridos, y corría ya la entrada. Claro que allí los animales le bloquearon la salida y el humano gritó a viva voz: “¿Qué queréis?”.
No halló respuesta, aún estaba cuerdo. Oír hablar a los animales sería mucho peor que aquello. Aún así, un pajarillo que volaba por allí pió y se abalanzó hacía él, y aquel sonido pudo oírse como un: “Venganza”.
Los animales pronto le tomaron y, sin darse cuenta el humano, le sacaron a la puerta de la calle, y lo tiraron allí. El humano sacó fuerzas de flaqueza para alzar la vista. En la calle, coche se habían salido de la carretera, los que menos echaban humo, los que más ardían. Los perros, gatos y demás animales terrestres actuaban como normales peatones, lo pajarillos surcaban el cielo de la ciudad, y la locura el de aquel pobre infeliz humano.
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