lunes, 27 de abril de 2009

Cell


Al leer una crítica es útil conocer los prejuicios de quien la escribe, así que comienzo este comentario reconociendo mi admiración por Stephen King. A la mayoría de la gente le complace despreciar a los escritores que venden muchos libros por el simple hecho de que tengan éxito. Se trata de un enternecedor sentimiento de elitismo: "si atrae a las masas es que está muy por debajo de mi gusto exquisito". Es innegable que el éxito de ventas no es garantía de calidad, pero tampoco es cierto que todos los bestsellers sean basura. No puedo decir que King sea un gran literato, por mucho que le fuera concedida la prestigiosa medalla de la National Book Foundation por su contribución a la literatura norteamericana. Escribe de forma eficaz y adecuada, pero nadie va a comprar sus libros para disfrutar de la belleza de su uso del lenguaje. Sin embargo, como contador de historias su talento es inmenso. Es una pena que su producción sea irregular: quizá son demasiadas novelas y demasiado rápidamente escritas para que la inspiración de una persona, no importa lo rica que sea, aguante el ritmo. Cuando King está inspirado sus historias son excepcionales, pudiendo acercarse incluso a lo sublime. Cuando no lo está, como le ocurre cada vez más frecuentemente, al menos le queda el oficio. Sería suficiente para otros escritores, pero no para el autor de obras como las novelas cortas recopiladas con el título Las cuatro estaciones.

Cell, junto con La historia de Lisey, su novela más reciente en España. Se trata ni más ni menos que de una historia de zombies. Está dedicada a George A. Romero, el director de cine que dio nueva vida al subgénero "terror con zombis" con películas como La noche de los muertos vivientes, y también al escritor Richard Matheson, autor de Soy leyenda. La dedicatoria es más que apropiada, porque si a King le hicieran la clásica pregunta "¿de dónde sacó las ideas para escribir Cell?" podría responder con toda sinceridad "de las obras de George A. Romero y Richard Matheson".

La historia comienza de forma previsible para cualquiera que haya visto películas de zombis. La gente comienza a enloquecer y convertirse en bestias descerebradas decididas a atacar salvajemente a cualquiera que pase por allí. La novedad es que en este caso la locura colectiva no tiene causas sobrenaturales o patológicas, sino que está desencadenada por una señal (un "pulso") emitido por los teléfonos móviles. Es un acierto convertir a un objeto tan cotidiano pero a la vez novedoso como son los teléfonos móviles en origen de terror. Son aparatos al mismo tiempo familiares y de funcionamiento desconocido para la mayor parte de la gente, como prueban las periódicas polémicas sobre los presuntos efectos nocivos de las antenas de telefonía móvil. ¿Qué mejor combinación para dar miedo?

El riesgo, sin embargo, es que sea cual sea el origen del problema lo que viene a continuación ya nos lo conocemos. La desesperada lucha de la gente normal para salvar el pellejo y encontrar a sus seres queridos, la formación de pequeños grupos para ayudarse mutuamente y aumentar las posibilidades de supervivencia... Hay poco margen para innovar, pero King lo acaba consiguiendo, aunque sea a costa de tomar algunas ideas ya exploradas por Matheson en Soy leyenda. En efecto, los zombis descerebrados no siguen siendo descerebrados por mucho tiempo, sino que su comportamiento comienza a evolucionar de forma imprevisible, manteniendo a protagonistas y lectores en tensión y originando la duda sobre quién está fuera de lugar, los zombis o la gente normal.

A pesar de todo, Cell no dejá de ser una obra menor de King. Es inevitable la comparación con la otra novela de este autor sobre el derrumbe de la civilización, la imponente The Stand (publicada en español como Apocalipsis). Junto a ese clásico, Cell es una novela mucho menos ambiciosa y más lineal. La galería de personajes de Cell es muy reducida, y King no se entretiene en explorar sus historias. Va al grano y a la acción, lo cual gustará a algunos lectores entre los que no me cuento. En efecto, para mí en una historia de terror los personajes son fundamentales. En el género de terror la suspensión de la incredulidad me resulta más complicada que en la fantasía épica, porque el terror mezcla los hechos sobrenaturales con el mundo cotidiano al que estamos acostumbrados. Si el autor consigue que me lleguen a importar los personajes ya tiene buena parte del camino recorrrido, pero en este caso sólo lo consigue a media. Stephen King tiene talento para la caracterización, y algo de eso queda en esta historia, pero éste es un tema en el que hace muy poco énfasis.

Otro problema es la falta de verosimilitud científica. Ya que el autor elige alejarse de una explicación sobrenatural, comenzamos a prestar atención a las explicaciones que se nos ofrecen sobre lo que está pasando, y las analogías que se establecen entre el funcionamiento de la mente humana y el de una computadora resultan sencillamente irrisorias. Para correr un tupido velo, en definitiva.

Además, el final tampoco aporta una explosión de inspiración. La novela simplemente acaba, sin que la historia que se está contando se cierre de una forma completamente satisfactoria. Algunos lo preferirán, considerando que así son a menudo las cosas en la vida real, pero aunque en parte llevan razón me da la sensación de que se trata de un recurso fácil por parte del autor para terminar la novela.

Con todo, Cell es una historia ágilmente contada. Dejará poca huella en el lector pero lo mantendrá entretenido durante varias horas, lo cual tampoco está mal.

lunes, 20 de abril de 2009

Postrelato 10

Tenía la conciencia limpia, no la usaba nunca.

Gobernaba a base de sinsentidos, proclamando sandeces de las cuales pocas servirían en verdad. Tenía gran número de esclavos bajo sus pies, todos serviles, no reclamaban; y si lo hacían, recibían su represalia.

¿Y qué era lo malo? ¿Mi sueldo estratosférico, destino de las quejas de esos protestantes encadenados? ¡Que los encierren! ¿Quizás tener a un país enfrentado a tu causa? Eso para la gente con escrúpulos.

Saben bien que estoy yo aquí y que no tienen nada mejor, y aunque encuentren algo superior a mí, no podrán conmigo.

Tenía la conciencia tranquila, sí. Rigo leyes en mi despacho, mi palabra es su deber. El deber de los de abajo, de los que no tienen poder.

Nadie puede contrariarme, nadie puede negarme, bien lo saben, y no hay mal en ello. Que acepten mi poder, como yo acepto su vulnerabilidad.

Río cuando piden mi cabeza, estallo en risas cuando promueven esas manifestaciones absurdas contra mi acción.

Que sigan luchando, sí, e intenten pararme con sus palabras mientras yo puedo seguir mandando guardias a pararlos.

Tenía la conciencia serena, y aún la tengo. Que vengan, les espero.

¿Creen que estoy loco? Mantengo mi puño en alto, y seguro lo que me pertenece. ¿Dicen que estoy loco? Es sólo un efecto secundario de gobernar un país.

(El postre. De lunes a jueves en Radio 3, de 23:00 a 01:00. ¡Gracias, chicos!)

sábado, 18 de abril de 2009

El hombre del traje negro. Drama en tres actos.

Introducción

Voz en off (Gary anciano) – Soy un hombre muy anciano y esto es algo que me sucedió cuando era joven, cuando sólo tenía nueve años. Corría el año 1914, el verano después de que mi hermano Cliff muriera en el campo del oeste. Mi historia, de ese punto a esta parte, no importa apenas. Os contaré, lo más detalladamente que pueda, esos hechos, los realmente importantes. Como os dije, era verano. Mi padre siempre me encomendaba unas tareas, de las cuales algunas corresponderían a Cliff de no haber muerto. Cliff era mi único hermano, y había muerto por una picadura de una abeja. Había transcurrido un año, pero mi madre aún no lo superaba. Nadie puede morir por una tontería así, solía repetir. Bien, este acontecimiento tuvo lugar un sábado, hace ya 81 largos años…

Primer acto

(Se abre el telón. El jardín de una casa. Padre (Steve) está colocando sillas, madre (Marian) cose e hijo (Gary) tiene entre los brazos unos cántaros de agua, de un lado a otro.)

Gary – Padre, padre. ¿Podremos hoy ir a pescar? Padre, ¿podremos? Podré así estrenar mi caña de bambú nueva.

Steve (medita unos instantes, poco) – Podrás hacerlo cuando hayas partido leña para el fogón, arranques las malas hierbas de este jardín, bajes heno del pajar, y rasques toda la pintura vieja que puedas del mamparo del sótano. Entonces, y sólo entonces, tendrás permiso para ir, pero tendrás que ir sólo, si no te importa. Yo tengo que ir a ver al viejo Bill para zanjar unos temas sobre unas vacas.

Gary – No me importa, padre.

Steve – Lo suponía (sonríe). Por no te metas demasiado en el bosque. Y ni se ocurra sobrepasar la bifurcación.

Gary – No, padre.

Steve – Promételo.

Gary – Lo prometo, padre.

Steve – Ahora prométeselo a tu madre.

(Gary está dando vueltas transportando jarras de agua. Steve se acerca, lo agarra del brazo y lo pone delante de su madre, suavemente)

Gary – Lo prometo.

Marian – ¿Qué prometes?

Gary – Prometo ir no más lejos de la bifurcación, madre.

Marian – No ir más lejos (haciendo énfasis en la corrección)

Gary – No ir más lejos de la bifurcación, madre.

(Gary deja las jarras y se empieza a ir)

Gary – Voy a terminar las tareas.

Marian (voz alta)– ¡Recuerda lo que ha dicho tu padre!

(Cierra el telón)

Primer interludio

Voz en off – Lo recordé. Y nunca pasé más allá de la bifurcación, cierto. (Pausa) Pasé la tarde realizando las tareas encomendadas, siempre acompañado de mi perro fiel, Cujo, que me seguía allá donde fuera. Al atardecer, cuando el crepúsculo se acercaba peligrosamente, dejé a Cujo en casa, cogí mi zurrón y mi caña nueva, y emprendí el largo camino hacia el riachuelo que discurría al sur de mi granja. Era un camino difícil, sí, difícil y largo, pero al final, llegué, como siempre.

(Se abre el telón. Aparece Gary pescando en una esquina posterior del escenario. Tras un instante, tira de la caña y al final de ésta hay una trucha.)

Gary – ¡Bien! ¡Una trucha! (La coge y la guarda en el zurrón.)

Voz en off – En un momento, y tras no pescar más que dos truchas (una más grande que la otra), el sueño se apoderó de mí. (Gary empieza a dormir) No debí dormir mucho, pues al despertar aún el Sol brillaba, pero lo peor de desvelarme fue hacerlo con una abeja en la nariz. Aun así, lo realmente malo no fue eso, sino encontrarme con el hombre del traje negro…

Segundo acto

(En escena aparece el hombre del traje negro (hdtn, en adelante) y, mientras Gary intenta mantener la calma, se acerca y le espanta el bicho)

Hdtn – Me parece que te he ahorrado una buena picadura, pescador. (Gary no responde. Hdtn se pone de cuclillas a su lado). ¿Nos conocemos?

Gary (susurrando) – No me haga daño, por favor.

Hdtn – Oh, oh, aquí he olido algo, pescador. Algo mojado.

(hdtn se pone a oler a Gary, que sigue tumbado, y se para sobre su cintura)

Hdtn – ¡Horror! ¡Ópalos, zafiros y amatistas! ¡Gary va dejando pistas!

(Se tumba en el suelo, RIENDO ALOCADAMENTE)

Voz en off – Pensé en salir huyendo, pero no respondían mis piernas. No lloraba. Me había hecho pis encima, pero en aquel momento no lloraba. Sabía que iba a morir, pero también sabía que eso no sería lo peor. Aquel extraño hombre hacía que a su paso toda la hierba se marchitara. Espeluznante. Pero aquello no fue lo que me hizo levantar, sino un sentido olor a azufre.

(Gary se levanta, acto seguido lo hace el hdtn. Éste sigue riendo. Para, y continúa hablando. Gary está paralizado, temblando.)

Hdtn – Malas noticias. Te traigo malas noticias, pescador.

(Gary, que había estado algo de espaldas al hdtn, le mira ahora fijamente)

Hdtn – Tu madre ha muerto.

Gary – ¡NO!

Voz en off – Volví a sentir terror, pero no por mí. Evoqué la imagen de mi madre en la puerta de la cocina, con la mano protegiéndole los ojos, como una fotografía de alguien que esperabas volver a ver pero que no vuelve a ver jamás.

Gary – ¡Miente!

Hdtn – Mucho me temo que no es así. Le ha pasado como a tu hermano. Una abeja.

Gary – ¡Mentira! Si una picadura de abeja pudiera matarla como a Cliff, ya habría muerto. ¡Y es usted un embustero de mierda!

Voz en off – No tardé en comprender una cosa importante. Había llamado al mismísimo Diablo embustero de mierda. Quizás el shock me hubiera bloqueado mentalmente. ¿Mi madre muerta? Era como si me dijeran que hay un nuevo mar en el teatro de mi colegio. Sin embargo, le creí. Le creí, como creemos, en cierto modo, lo peor que nuestro corazón es capaz de imaginar.

Hdtn – Pequeño pescador, a tu madre nunca le ha picado una abeja. Bueno sí, hace menos de una hora, entró una por la ventana que…

Gary – ¡No pienso seguir escuchándolo! ¡CÁLLESE!

(El hdtn sonríe)

Hdtn – Necesitas escuchar esto, pequeño pescador. Fue tu madre la que transmitió esa debilidad a tu hermano. Tu tienes un poco, pero también tienes la protección de tu padre que, por alguna razón, Cliff, tu hermano, no heredó. (Pausa) Y, aunque no me gusta hablar de los muertos, al fin y al cabo, fue tu madre quien mató a tu hermano, en cierto modo, sí, como si le hubiera pegado un tiro.

Gary (susurrando) – No es cierto.

Hdtn – Ja, ja. Claro que lo es, Gary. Se le posó en la nuca a tu madre, y le dio un manotazo sin saber qué hacía. Tú hace un momento fuiste más listo, ¿eh? Enseguida se le hinchó la garganta. Eso les pasa a los alérgicos al veneno de abeja. Se les hincha la garganta y se asfixian. Y lo mejor de todo es que cuando estaba en el suelo frío de tu cocina, ¿sabes que ha hecho Cujo, tu perrito? Le ha lamido las lágrimas. Sí, ese pequeño granujilla le ha lamido las lágrimas de un ojo, y luego las del otro.

(Una pausa silenciosa. Gary tiembla)

Hdtn – Me muero de hambre. Bueno, mejor dicho, tú te mueres por mi hambre. Te voy a matar, te abriré en canal y me comeré tu estómago. ¿Qué te parece la idea?

Gary (Bajito) – Por favor, no…

Hdtn – Y por si poco fuera, irás al Cielo. Las almas asesinadas van al Cielo, no lo olvides. Así que ambos serviremos hoy a Dios.

(El hdtn alarga una mano hacia él, pero antes Gary saca de su zurrón la trucha y la enseña)

Gary – T–t–tome.

Hdtn (gritando) – ¡Pez grande! ¡Oh, peeeeez graaaaaaaaaaande!

(Le quita la trucha de la mano y se la come)

Voz en off (mientras come el hdtn) – Años más tarde, visité el acuario de Nueva Inglaterra, y vi un tiburón. Ese tiburón, con sus fauces, me recordó a este hombre. Se tragó el pez, sin masticar. El pez entró y entró y el gaznate se fue abriendo mientras el animal pasaba, requiriendo tal esfuerzo que el hombre del traje negro empezó a llorar sangre escarlata. Quizás fue eso lo que me dio fuerzas para empezar a correr (Gary empieza a correr por todo el escenario, el hdtn pega un grito gutural, deja de comer y le sigue)

Hdtn – ¡No puedes escapar, pescador! ¡Hace falta más de una trucha para saciarme!

Gary – ¡Déjeme en paz!

(Al rato, el hdtn desaparece, Gary para y mira a los lados pero no lo ve)

Voz en off – Y desapareció, no había rastro de él. El camino estaba desierto. Sin embargo, sabía que su presencia estaba en algún lugar del bosque, observándome con ojos incendiarios y olor a cerilla y a pescado asado.

(El telón se cierra. Gary desaparece de donde esté)

Segundo interludio

Voz en off – Corrí el kilómetro y medio que me separaba de mi casa gritando “¡Papá, papá, papá!” Había perdido mi caña nueva y mi zurrón, pero en aquel momento no me importó.

Tercer acto

(Se abre el telón. Aparece el padre colocando muebles. De fondo se oyen gritos de ¡Papá, papá! Steve, el padre, se gira y hace como si intentara ver algo. El hijo entra corriendo y va a abrazar a su padre)

Voz en off – Me aferré a mi padre y le restregué mi cara contra su pecho, cubriendo su camisa de sangre, lágrimas y mocos.

Steve – ¿Qué pasa, Gary? ¿Qué te ha pasado?

Gary (llorando) – ¡Mamá ha muerto! ¡Me lo dijo un hombre en el bosque! ¡Está muerta! Le ha picado una abeja y se le ha hinchado como a Cliff. Está en la cocina y Cujo le ha lamido las l–lágrimas…

Voz en off – Lágrimas fue la última palabra que pronuncié, tenía el pecho muy agitado y no podía hablar. Quería creer que el hombre del traje negro, el Diablo, no me seguía. Me prometí que nunca volvería a recorrer el sendero que llevaba al bosque. Creo que el mayor don que Dios pudo a dar a Sus criaturas fue el de no ver el futuro, pues si no, habría enloquecido sabiendo que recorrería el camino en menos de dos horas de nuevo. Sin embargo, en ese momento sólo sentí despreocupación sabiendo que estábamos solos. Entonces, pensé de nuevo en mi bella madre muerta y volví a llorar.

Steve (tranquilizando a Gary) – Escúchame, hijo. Tu madre está bien. No sé quién te habrá dicho lo contrario, pero tu madre está bien.

Gary – Pero… el hombre dijo…

Steve – No me importa lo que ese insensato dijera. Regresé antes de tiempo a casa, por lo que decidí ir a pescar contigo. Cogí mi caña y mi zurrón y madre nos preparó unos buenos bocadillos de mermelada. Así que, hace media hora estaba perfectamente, y no creo que alguien que haya ido desde aquí hasta el bosque haya tenido alguna otra noticia en sólo media hora. (Se da la vuelta). ¿Quién era ese hombre? ¿Dónde estaba? Voy a darle una paliza.

Voz en off – Se me ocurrieron mil cosas en ese instante, pues si mi padre le encontraba, no sería él quien diera la paliza.

Steve – ¿Gary?

Gary – No me acuerdo

Steve – ¿En la bifurcación?

Gary – Sí, pero no vayas. (Agarra de los brazos al padre). Por favor. Aquel hombre me daba miedo

Steve – Puede que no hubiera nadie. Puede que te quedaras dormido y tuvieras una pesadilla, como cuando pensabas en Cliff cuando murió.

Gary – Puede ser (baja la cara).

Steve – Creo que deberíamos ir a por tu caña y zurrón (Tiene intención de irse, pero le para Gary)

Gary – Espera. Quiero ver a mamá primero.

Steve – Está bien. ¿Pescaste algo?

Gary – ¡Sí! Una trucha de buen tamaño.

Steve – ¿Nada más?

Gary – Después me quedé dorm… (Ve a su madre, que acaba de entrar en escena y corre hacia ella) ¡MAMÁ!

Marion – ¿Qué pasa, Gary?

(Gary no responde, corre hacia ella y la abraza)

Steve – No te procupes, Marion, sólo ha tenido una pesadilla en el río.

Marion – Quiera Dios que sea la última.

(Cierre de telón)

(Se abre el telón, y aparece las misma escena, sólo que sin la madre)

Steve – No tienes que venir conmigo si no quieres.

Gary – Te acompañaré

Steve – ¿Qué llevas ahí?

(Gary se saca del pantalón una Biblia)

Gary – Una Biblia.

Steve – Está bien.

(Se ponen a caminar)

Voz en off – Al cabo de media hora estábamos en la orilla del río, contemplando la plataforma donde se había celebrado mi encuentro con el hombre del traje negro. ¡Ópalos, zafiros y amatistas! ¡Gary va dejando pistas! Ese verso, recuerdo, es el que pronunció el hombre del traje negro antes de tumbarse y reír como un niño que ha descubierto que tiene suficiente valor como para decir palabrotas como culo y mierda.

Steve – Quédate aquí (Le señala un lugar atrasado. Steve se pone a rebuscar y encuentra la caña y el zurrón. Abre éste último y ve que no hay nada.) ¿No dices que pescaste una trucha?

Gary – Sí, señor, pesqué una.

Steve – Aquí no está, así que, o lo soñaste, o… ¿sabes que nunca debes meter una trucha sin destripar y limpiar en el zurrón? Debes saberlo.

Gary – Sí, padre, lo sé.

Steve – Así que, si no lo soñaste, y estaba muerta en el zurrón, algo debió comérsela.

(De repente, el padre se gira, como si hubiera oído un ruido)

Steve – Vámonos de aquí.

(Gary coge el zurrón y mira adentro)

Gary (hablando para sí) – Debe de haberse comido el otro también.

Steve – ¿Qué?

Gary Pesqué otra trucha, enorme y hermosa, pero no te lo dije. Ha debido comerla también… Ese tipo estaba hambriento

(Salen del escenario, cierre de telón)

Epílogo

Voz en off – Desde aquel día han transcurrido 81 años y durante muchos de ellos no pensé en el asunto… al menos, no despierto. Como todos, no respondo de mis sueños. Parece que soy viejo, y sueño despierto. Los achaques de apoderan de mí, y eso sucede también con los recuerdos. Recuerdo lo que comía, los juegos a los que jugaba, las chicas que besaba en el guardarropía cuando jugábamos a prendas, los chicos con los que salía, mi primera copa, mi primer cigarrillo… Pero de entre todos esos recuerdos, el del hombre del traje negro es el más intenso y brilla con luz propia. Era real, era el Diablo, y aquel día yo era su misión o su suerte. Estoy convencido que escapar de él fue mera suerte, no del Dios al que he venerado y cantado himnos durante mi vida.

>>Aquí, a las puertas de la muerte, me digo que no debo temer al Diablo, que he llevado una buena vida, tranquila, y que no debo temerle. A veces, una voz me recuerda que aquel niño de nueve años tampoco hizo nada para temer al Diablo, y sin embargo se le apareció. Y a veces, en la oscuridad, oigo esa voz gutural diciendo: “Pez grande. Peeez graaaaaande”.

>>Vi una vez al Diablo, hace mucho, pero ¿y si regresara ahora? Soy demasiado anciano para correr, ni siquiera puedo ir al baño sin mi andador. No tengo ninguna trucha hermosa con que aplacarlo, aunque sólo sea por unos instantes. Soy viejo y mi zurrón está vacío. ¿Y si vuelve y me encuentra en este estado?

>>¿Y si todavía tiene hambre?

viernes, 3 de abril de 2009

Apocalipsis sin ti.

Las campanas ya resuenan
desde tierra a los abismos
y con volcanes y sismos.
También en las islas notan
cómo impetuosas brotan
las agüas de los límites
de sus tierras inviables
con pie o mula recorrer.
Dios sabe qué malo es ver
perecer sus pobladores.


Sin camino caminante,
yo recorro este mundo
caído y moribundo.
Veo muerte abundante;
liderazgo arrogante,
vencido por la locura,
esperanza que procura
no tener nada que ver
y en el caos no caer.
Y la vida ya no dura.


Pese a todo, más que aquello,
verdad, me importa tener
que acabar sin volver
a ver tu suave cabello
ni acariciar brazo bello.
No poder rozar tu piel,
sensual, acepto con hiel.
Y para tenerte en mi alma
siempre, recuerdo en la calma
tus labios como la miel.

miércoles, 1 de abril de 2009

Mi poema de amor.

Un intenso cosquilleo
me provoca tu mirada
y me recorre un deseo
por ti, por todo, por nada.


No tengo ya objetivo
aparte de a ti tenerte
en mis brazos; sólo vivo
por, otro día más, verte.


Tu pelo, caído en tus hombros,
fijación de los más dulces
logros. Bajo los escombros
yo sepulto dos verdades.


Una; no hay para mí
más razón que tu sonrisa
y tu cuerpo; y para ti
soy multitud indecisa.


¡Cuántos fallos cometí,
e hice tantas locuras!
Por causas que fácil ví
nobles, reales, honradas.


Tan profundas y legítimas
las vi, que las perseguí
con el alma y las balas
que yo nunca conseguí.


Dos; te amo y necesito
como el Sol un clavel
Vivo por el infinito.
Por tu amor, Isabel.

martes, 24 de marzo de 2009

CELL

La civilización se sumió en una segunda era de tinieblas por un camino previsible de sangre, aunque a una velocidad que ni el futurista más pesimista podría haber augurado. Fue como si hubiera estado esperando su final. El 1 de octubre, Dios estaba en Su cielo, la Bolsa se situaba en 10.140 puntos, y casi todos los vuelos funcionaban con puntualidad (salvo los que llegaban y salían de Chicago, eso era de esperar). Al cabo de dos semanas, el cielo pertenecía de nuevo a los pájaros y la Bolsa no era más que un recuerdo. En Halloween, todas las ciudades importantes, desde Nueva York hasta Moscú, hedían bajo los cielos desiertos, y el mundo tal como lo conocemos había pasado a la historia.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Juliette.

Juliette, nombre de rosas.
Juliette no bailaba,
movía el mundo bajo sus piernas.
Y él, orgulloso, aceptaba.

Castaña natural, las veces cubierto.
La Luna, exaltada por la belleza,
dejó su marca, así no su pómulo desierto.
Bella, compleja a la mano a la simpleza.

Pero Juliette estaba en soledad.
Cientos la tuvieron en brazos;
miles le hicieron vivir mentirosa verdad.
Solo por ti, Juliette, tus abrazos.

Tanto amó y tanto la amaron
pero sin amor, Juliette, no con amor.
¡Cuántos tus labios rozaron
y cuántos se negaron dándote dolor!

Que se vengue el olvido de mí,
que se olvide el recuerdo certero
si algún día, Juliette, a ti
no amé con un sentir verdadero.

Como no aquellos bandidos,
que en tu cadera prendieron, a tu vera.
Viejos canallas perdidos
en aquel bulevar en la carretera.



(NdA: Poema, relato, corto y canción.)