Si me hubiera quedado en el asesinato, lo más probable es que ustedes me tomen por un enfermo, loco. De hecho, lo habría sido. Pero lo cierto es que no fue asesinato.
Enterré el cuerpo en el acantilado de la costa, esperando que los gusanos cobraran su cuerpo y, así, mi venganza, sin pensar que los policías habían seguido el rastro de mi jeep desde la casa del muerto Robert, si es que estaba muerto.
Cuando se presentaron, ya estaba enterrado el cuerpo, oculto a la vista desde mi choza, donde recibí a los agentes.
Amable, les expliqué que había visitado a mi amigo Robert, pero no lo hallé en casa. “No llegué a entrar”, les dije.
Aunque si lo había hecho. Había entrado y abofeteado hasta la muerte a mi amigo. Unos vecinos avisaron a la policía, alegando haber oído gritos. No tardaron en llegar. Tuve que huir a toda prisa en mi jeep con el cuerpo en el maletero. Llegué aquí quince minutos más tarde. Había distraído a los policías.
Charlamos mientras caminábamos, acercándonos peligrosamente al lugar donde se hallaba Robert.
Creo sinceramente que mi amabilidad y decisión sirvió, y los agentes comenzaron a tratar otros temas ajenos.
Bordeamos el acantilado. Quince metros del cuerpo.
Imprevisiblemente, sudé. Sí, comencé a sudar.
Por suerte, ninguno de los dos agentes lo advirtió. O eso creí.
La playa estaba desierta, pero el paseo marítimo estaba cubierto por un sudario de luces de chiringuitos y tiendas.
Cuando llegamos encima del cuerpo, uno indicó que se parara. Había visto arena removida. Ambos me miraron, intentando descubrir en mi mirada una marca delatora. No me inmuté. Creí no inmutarme.
Intenté hacerles entrar en razón, explicándoles que habrían sido unos chiquillos jugando a los exploradores.
Aun así, empezaron a extraer la arena. Habrían sacado ya dos o tres centímetros de arena en una extensión de unos cinco decímetros cuadrados cuando uno tocó algo sólido (compacto, quiero decirles).
Un pedrusco colgó de la mano del inspector. En el siguiente medio minuto, la desesperación llegó a la cabeza del inspector. Arañó y rasgó, para no encontrar no más que piedras.
Mi plan surtió efecto. Desesperados, devolvieron parte de la arena a su sitio.
Tras unos minutos de sospecha e interrogatorio, volvimos a charlar animadamente. Debía sacarlos de allí cuanto antes, pero ellos hablaban, hablaban y hablaban. Animados, además.
Entonces, cuando sentía que, aunque tuviera que deshacerme de ellos rápidamente, aquello estaba saliendo realmente bien.
Pero, sin esperarlo, algo empezó a sonar dentro de mi cabeza.
(pum, pum)
Quizás podría llevar sonando todo el rato. Era un
(pum, pum)
sonido lejano y disperso. Parecía que hacía latir dentro de mi cabeza. El
(pum, pum)
sonido se amplificó en los siguientes minutos. Parecía temblar la tierra. Parecía que haría parar el mundo.
Pero los agentes charlaban sonrientes, sin dar cuenta del
(pum, pum)
sonido. Parecía que me haría enloquecer. Parecía que no pararía jamás. Entonces comprendí. El
(pum, pum)
sonido no era sino el corazón de Robert.
-Santa María, madre de Dios. ¡Saquen a esa alma en pena de ahí, antes de echar el aire que tienen sus pulmones!
Como ya te comente antes,esta muy bien,ya lei este "relato" hace un tiempecito
ResponderEliminark wapo!!el corazón delator xD
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