domingo, 1 de febrero de 2009

El irrepetible caso del demonio parlante. Relato en tres actos.

(uno)

Ya no recuerdo el caso que tratábamos aquel día. Quizás algún extraño asesinato; o el robo de cuadros de lujo o famosos. No sé.

El caso es que el intrépido detective Edward Grey y yo, su humilde ayudante, enlazábamos cabos en su casa de campo. El Sol empezaba a huir de la noche, que se anunciaba lentamente, opuesta al crepúsculo, como un manto oscuro. Quizás las ocho.

Fue él el primero que lo oyó. Un grito débil que yo apenas logré descifrar; luego perfectamente audible. Si antes era lejano, entonces estaba tan cercano como la noche.

Salimos de la casa, dispuestos a examinar el largo huerto vecino, en el cual habíamos situado colocado los gritos.

Una hilera de olivos frondosos y altos brotaban de la labrada tierra. Cercano a la rural casa de Mr. Grey hallamos a un tipo atado de pies y manos, ahorcado en uno de ellos. Más tarde, bendije nuestra suerte, pues, en el último hálito de vida, el desdichado alcanzó a pronunciar:

––La puerta… no… calavera… no…

Quizás, Bendito Lector, resulte ahora inquietante, pero en aquel momento lo que me sorprendió a mí, como le comuniqué a Mr. Grey, fue el propio hecho de que sólo tres pares de pisadas llegaban al lugar. Dos eran nuestras. La otra debería ser del muerto, pero, en ese caso, ¿cómo pudo colgarse con las manos y pies atados o, de otro modo, haberse atado las extremidades una vez ahorcado?

Dicho esto, empezamos a considerar la idea del asesinato. Mas es cierto que aquello tampoco encajaba en la escena. Sino, ¿cómo diablos traería el asesino al muerto?, quise preguntar, y pregunté a Mr. Grey. La respuesta fue fácil. A cuestas.

Pero aquello, maldita sea, traía más problemas. Primero, y más importante, que las huellas desconocidas sólo se dirigían al árbol; no había vuelta. Aquello nos demostraba que, ni más ni menos, de tratarse de un asesinato, el asesino aún estaría allí. Y otro interrogante era si sería tan fornido como para traer para el muerto, soga para el cuello y para las manos y pies, sendas cintas.

Mientras yo temía encontrar un musculoso hombre dispuesto a que corriéramos la misma suerte que el que estaba a unos metros por encima del suelo, Grey ya examinaba las huellas. Éstas eran poco profundas, casi hechas por gente levitando, pero perceptibles. No nos costó descifrar que si habría de haber llevado soga, cinta y un cuerpo encima, el pie se habría hundido al menos tres centímetros más.

Seguimos el rastro de las huellas que, para seguir oscureciendo la resolución del enigma, nos llevaron a otro olivo.

No encontramos nada que resaltar a primera vista. Tras unas investigaciones, hallé en la copa una extraña y amorfa pieza de lo que podría ser yeso.

Cuando vimos que tardaríamos en saber qué hacer con eso, volvimos a casa. Mientras el detective Grey avisaba a los gendarmes dándoles exactas localizaciones de la escena, yo caí en la cuenta de algo quizás esencial.

Suponiendo (era casi seguro) de que aquello fuera yeso, la pieza era excesivamente pesada para aquel material. Le comuniqué a Mr. Grey mi hallazgo; razonamos que algo debía de haber dentro. “Al fuego, rápido”, clamó Edward Grey.

Así lo hice, y no habrían pasado ni dos minutos cuando el material comenzó a desaparecer, y ni diez cuando algo brilló en su interior. Lo dejamos unos minutos más y, a causa de mi tolerable inexperiencia, me quemé los dedos al coger el metal, que ardía, lógicamente. Cuando hubo reposado un tiempo, lo llevé de nuevo a mis doloridas manos. Tratábase de una preciosa, perfecta y detallada calavera de metal.

(dos)

“Santo Dios”, suspiró Mr. Grey. Sus grandes dotes en la magia antigua le habían dado el conocimiento sobre qué era aquella calavera. No era más que un demonio parlante. “Dormido”, me especificó.

Aunque no me lo confesó, en sus actos noté que me ocultaba algo, y que a esas alturas sabía algo de cómo podía haber muerto el ahorcado.

“Habrá que invocarle”, me explicó. “Atiende, y guarda esto como el mayor secreto que hayas albergado.” Asentí. “Yo tengo la manera de invocarle, que no te revelaré. Pero te necesito más adelante. Cuando el demonio venga, se acerque, tendrás que distraerlo, para que pueda ver su Objeto Portado”

No entendí muy bien eso de ‘distraerlo’, pero asentí repetidamente. También lo hice cuando me pidió que cerrara los ojos.

Ahora sólo oía su voz.

In nomine de Satanás”, repetía. “Cuidado”, me advirtió. “Ya viene”.

Y lo hizo.

Una furia azotó mi cuerpo por dentro. Grité a pleno pulmón. Bueno, yo no grité. Gritó mi Alma, que mantenía una lucha encarnizada con el demonio. Como comprobé, éste no era físico, sino una fuerza espiritual, robusta como un roble, y tan a la vista como el aire.

Pasaron horas o segundos, lustros o días cuando ‘desperté’. Mi lucha aún continuaba, pero conseguía mantener al espíritu extranjero a raya.

Mr. Grey observaba una puerta. Una puerta abierta en la nada. Sus ojos estaban horrorizados. La cerró de golpe.

Mis ojos se obligaron a cubrirse con los párpados.

Recitó más frases en latín y, de repente, la lucha cesó. Silencio. Noté paz y armonía en mi interior. Como nunca.

“Quema la casa”, dijo. La puerta desaparecía poco a poco, como si fuera de un polvo ingrávido. “Quema todo. Y aparta esa cosa de mi vista”, dijo, refiriéndose a la calavera.

(tres)

Más tarde, le pregunté qué había visto tras la puerta. El caso no salió de nosotros, y el incendio se tapó de accidente. No hubo explicación para el ahorcamiento.

“Vi el Tiempo. El Tiempo y la Codicia. Vi nuestra generación morir, y otras diez nacer. Vi eso, y mucho más. Vi el mismísimo infierno. Y cómo las almas perdidas vagaban en él. Vi la Nada, pero lo vi Todo. Vi la Necesidad, y el Hambre. Vi el Bien, pero irremediablemente vi el Mal. Esa visión llevó al suicidio a aquel pobre ahorcado, guiado por el mismísimo Diablo. Pero también por Dios. El Mal y el Bien radican en un único sitio. La Puerta. La Puerta entre lo divino y lo infernal, entre la Necesidad y el Lujo, entre izquierda y derecha, entre Norte y Sur, entre Este y Oeste. La Puerta entre los Mundos. Los Mundos de la Puerta. La Puerta de los Mundos”.

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