domingo, 1 de febrero de 2009

Zombis de cera

Nota del autor:

Bendito Lector, si me seguiste con tu lectura desde el principio, sigue leyendo esta nota, con la que sólo deseo comunicarle a usted que este es el primer relato que escribí, y por tanto, podrá ver que el concepto del mismo que tenía en ese tiempo es el de 'historia algo abstracta y breve con final disperso'. Bien, aclarando esto, por favor, no le hago de rogar, y comience su lectura, que le deseo sea plácida y amena.



Era el día especial de terror en el museo de cera. Patrick había pagado dieciocho dólares y, la verdad, le estaba pareciendo decepcionante y un derroche de dinero.

La exposición en sí constaba de varias secciones: había pasado ya por la de absurdos esqueletos, irreales zombis y poco detallados hombres lobo, y estaba acabando la de ‘Mitos del Cine de Terror’. Apenas era posible ver un buen Norman Bates, una decorada y óptima representación de ‘Los pájaros’ y poco más. Ahora procedía a adentrarse en la última sección, de la que se desconocía el tema.

Una vez dentro, la temática fue fácil de definir. Asesinatos. Sí, asesinatos, gente muriendo, sangra. Esta sala añadía una nueva ‘técnica’. De determinados orificios, que pretendían ser heridas, brotaba una fuente de líquido rojo, poco espeso, intentando simular sangra de un forma bastante ridícula. Lo macabro no apareció…

…hasta que lo vio. La excelente escultura. Era tan perfecta...

La sangra no brotaba disparada, sino lentamente, mirando, quizás acechando. Tan perfecta…

Allí no había nadie aprovechando la oportunidad de ver el realismo en aquel insulso museo. Esa escultura era tan perfecta…

Tan perfecta…

…que era real.

Era real.

Vivía.

Patrick apenas emitió un grito ahogado. Las cuerdas vocales no le respondieron. Y no espera que lo hicieran cuando aquella escultura movió los ojos. Ni cuando le penetró con su mirada hasta lo más profundo de su alma. No. Las cuerdas vocales no funcionarían aquella vez.

Tampoco lo harían cuando la figura se levantó y la siguieron las demás de la sala. Se encontró rodeado. Aquello era tan irreal como un sueño. Patrick fue a correr, pero sus piernas no respondieron. Aquello no podía ser verdad. De repente, eran las figuras tan perfectas…

Tan perfectas…

La puerta que daba a la siguiente exposición (que supuestamente sería la salida) estaba cerrada. Las figuras perfectas se le acercaban. Más y más. Patrick apartó las que pudo a puños. El roce con su piel las daba más realismo y, a la vez, más surrealismo a la escena. Eran tan perfectas…

En la siguiente exposición, figuras perfectas de Frankestein, Nosferatu, Drácula, Jack Torrance, Norman Bates, Freddy Kruger, y muchos más le esperaban.

Dios Santo –pensó la cabeza de Patrick.

Aquello era tan real como el agua que te cae en la ducha, y tan irreal como un sueño.

Como un sueño…

…o tal vez una pesadilla.

Las figuras perfectas se le acercaban más y más. Pegó puñetazos y patadas, la mayoría al aire, pocas dieron en algo sólido. Pero las que lo hicieron aclararon el camino hacia otra puerta.

Exposición 1.

Por un momento, un instante, la más ínfima parte de su mente, la neurona más pequeña, dio la esperanza de encontrar la exposición con todo en su sitio, cerca de la realidad.

La parte más ínfima de su mente se equivocó.

Zombis salidos de ‘La noche de los muertos vivientes’, esqueletos andantes y, lo que más temor le provocaba (dentro de lo que pudiera temer), los hombres lobo. Eran decenas. Varias decenas. Los zombis y esqueletos, el cuádruple. Cuando había pasado por allí no eran tan numerosos. Creía.

Pero no tuvo tiempo para razonar. Todo era tan perfecto. Tan perfecto…

Tan perfecto –la locura se adueñó de la mente de Patrick– que para qué estropearlo.

Patrick enmudeció. Y se quedó quieto, inmóvil. Sus músculos se relajaron, y no reaccionaron. Tampoco lo hicieron sus cuerdas vocales. Ni cuando bestias peludas (perfectas) se abalanzaron sobre él. No, ni cuando una de ellas le desgarró la piel del estómago. Ni cuando muchas cuchillas afiladas, quizás el cuchillo de Bates o las garras de Freddy, atravesaron su cráneo. No, no reaccionaron.

No querían reaccionar.

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